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lunes, 7 de febrero de 2011

En el Colegio 19 el discurso del 2 de Abril fue realizado por el docente Adrián Maschi


Por Prof. Adrián Maschi
Lamento desilusionarlos si esperaban alguna certeza. Rechazo la guerra y por lo tanto hacer un discurso sobre la celebración del día del veterano y de los caídos en Malvinas sólo me genera dudas. Más aún cuando ya ha sido demostrado que la guerra en cuestión es esencialmente cuestionable.
La pregunta sería si hay guerras justificables. Si el secreto es buscar causas por las que combatir seguramente encontraremos alguna situación límite que parezca razonable. Pero no conozco efeméride o monumento que celebre el día del veterano y los caídos en las guerras por la independencia.
Haciendo un repaso de las guerras de nuestra historia podríamos analizar ¿a quién le hemos sido funcionales? ¿Cuántas batallas no peleamos contra el verdadero enemigo y cuántas emprendimos caprichosamente contra el menos indicado? Desde nuestra organización como estado sólo hemos peleado guerras ajenas: la de la industria inglesa contra Paraguay o la de un régimen trasnochado y en decadencia contra las principales potencias mundiales. En ambos casos la causa y la consecuencia fueron igualmente nefastas.
Si hubiera alguna guerra justificable, la lucha contra el nazismo podría haber sido una. Pero en esa fuimos adoradores de la neutralidad. De esa no hay ex combatientes.
Las relaciones internacionales están diseñadas como para que nosotros (país aspirante al desarrollo) no podamos enfrentar una guerra, excepto que peleemos contra un igual. Parafraseando a un excombatiente por la democracia, el obispo Romero, ex a la fuerza pues fue asesinado por un sicario argentino de la dictadura centroamericana a la que combatía con su palabra y sus ideas: la guerra es como las serpientes, sólo muerde a los descalzos.
Puedo decir que pocas veces sentí estar en el momento y el lugar justos. El ’82 fue una de esas veces. Durante mi servicio militar pude ver la diferencia entre las caras que se fueron y las máscaras que volvieron. Algún secreto mecanismo había endurecido esas facciones que días antes (y cuando aún no sabían cuál era su destino) festejaban el desembarco como una banda que celebrara que la tenía más larga.
Debe ser difícil pelear contra alguien que devuelve los golpes. Acostumbrados a volver invisible a todo lo que les resultara molesto creyeron que la ceguera de la hinchada sería suficiente. Pero el mundial ’82 también se perdió.
Para los que como yo, creemos que la vida sólo es de ida y que cuando miramos hacia arriba sólo sigue habiendo estrellas, la muerte adquiere otra dimensión. Y recordar que el sacrificio de tantos fuera tomado sólo como un efecto colateral de lo que los ineptos imaginaron como una campaña turística es como echar sal en las heridas.
Me cuesta entender porque en el calendario esta fecha reemplazó a una  que a mi parecer es mucho más trascendente: la que recordaba directamente nuestros derechos soberanos sobre nuestro territorio. Algún regodeo masoquista debe sentir alguien cuando los recuerda asociados directamente con su pérdida. Prefiero abstenerme de diagnosticar.
De cualquier manera y al margen de este tipo de decisiones, sí es memorable que alguien haya decidido anteponer una causa común a su propia vida. Es una actitud necesaria en medio de un mundo disciplinado y dispuesto sólo a comprometerse con lo puesto. Toda voluntad combatiente puede servir como ejemplo de militancia y germen de revolución.

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